lunes, 2 de septiembre de 2013

Asesino

Su cuerpo, gigante, pesado, repleto de cicatrices, cayó pesadamente en esa cama, como si quisiera no volver a levantarse.  La gota que baja de su frente se desliza a su boca, provocándole una increíble necesidad de saciar su sed. El sabor salado lo remitió a los tiempos en que todo era más fácil, menos perverso. La mano aun le temblaba, y la respiración no lograba calmar su pulso. Ahora en su casa, lo invadía, como siempre, el vacio de la tarea cumplida.
Su cabeza repleta de temores y dudas, no entendía la felicidad ajena. Nunca había entendido la necesidad de compartir la vida. Tan breve, tan injusta. En ese instante siempre sucedía lo mismo, lo invadía una sensación amarga, repulsiva. La acidez le invadía la boca, el cuerpo, y solo el vomito interminable, lograba calmar un poco su alma.
Creer en Dios? Para que, yo soy Dios.
Entonces comenzó a recuperar la respiración, su cuerpo se distendía, la cabeza  comenzó a pesarle. Apoyo el arma sobre la mesa, y solo pudo conciliar el sueño imaginando lo que haría con el dinero. El trabajo había sido un éxito y su alma se lo reclamaba. 

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